Autor: MARCOS ANTONIO RAMOS
Miembro de las Academias Norteamericana y Dominicana de la Lengua Española y Miembro Correspondiente Hispanoamericano en Estados Unidos de la Real Academia Española de Madrid.
A la memoria gloriosa de Alberto J. Díaz y Moisés N. McCall cuyo recuerdo ha vivido siempre en los muros de aquel viejo Templo de la Iglesia Bautista de Zulueta y Dragones en la capital cubana.
UN TESTIMONIO PERSONAL
“….y en la defensa y confirmación del evangelio, sois todos vosotros participantes conmigo de la gracia”
Filipenses 1.7 (Reina Valrea, versión de 1909)
Como se ha difundido internacionalmente, la explosión de gas que destruyó gran parte del Hotel Saratoga en La Habana también causó daños significativos al Templo Bautista que ha funcionado desde el siglo XIX. Un santuario histórico de los bautistas cubanos que me hace recordar muchas cosas. Como se reconoce generalmente, el Templo y el Hotel Saratoga son parte del patrimonio histórico de La Habana.
Por haber ido surgiendo toda una bibliografía sobre el protestantismo y el movimiento evangélico cubano en general, considero que mi modesta contribución radicaría mas bien en mi testimonio personal sobre el templo habanero. Ya había ofrecido datos mas abundantes en mi obra “Panorama del Protestantismo en Cuba” (1986) y en estudios publicados por la Universidad de Miami y el Trinity College de Washington, D.C. Y es posible obtener actualmente un material relativamente abundante en libros y ensayos publicados dentro de Cuba en las últimas dos décadas.
Solicito desde la distancia su indulgencia para este viejo todavía memorioso. Al escribir sobre mi Cuba natal, llueven los recuerdos de personas queridas, amigos, familiares, colegas. Relaciones que no se olvidan. Esa ha sido mi experiencia al referirme, aunque fragmentariamente y en forma dispersa, a tan amado edificio y a inolvidables hermanas y hermanos en la fe del crucificado.
Cualquier estudioso de la historia del movimiento protestante o evangélico en Cuba, especialmente entre los bautistas, encuentra indispensable el detenerse ante la historia de nuestro histórico templo al cual llamábamos “la Iglesia de La Habana”, “la Iglesia Bautista Calvario” (a partir de 1902) o “Templo Bautista”. En un tiempo, desde principios de siglo y por muchos años, fue conocido también como First Baptist Church y sobre todo como la clara continuación de la Iglesia Getsemaní fundada por Alberto J. Díaz y que ha llevado diversos nombres y tenido varios patrocinadores.

Todavía estoy conmocionado por el alto grado de destrucción sufrido este año por el Hotel Saratoga. Mis familiares, como muchos comerciantes y otros miembros de la pequeña burguesía provinciana (somos matanceros del municipio de Colón) se hospedaban allí. En mi caso esto ocurría varias veces cada año hasta que mis padres decidieron salir de Cuba en 1962 radicándose en el extranjero.
Si notan algo de emoción o exageración en estas sencillas notas, que reconozco como eminentemente personales, esto se debe al impacto de la catástrofe del Saratoga y los daños recibidos por el edificio de la iglesia mas querida por los bautistas cubanos de todos los tiempos, la Iglesia Calvario de La Habana.
Curiosamente, entre los recuerdos mas tristes de toda mi vida de 77 años, algunos los asocio con mis últimos días en Cuba en el año 1962. La decisión que tomó mi padre, y que acepté como hijo obediente, cambiaría mi vida. Recuerdo con tristeza los últimos momentos que pasé en Cuba y mi última noche en La Habana (la del 6 de julio de 1962) hasta mi regreso al país en 1986, como enviado personal del doctor Oscar I. Romo de la Junta de Misiones Domésticas los los Bautistas del Sur, fiel amigo ante cuya memoria me descubro.
Nunca deseé vivir fuera de Cuba. Todavía recorro mentalmente, las viejas calles de la antigua villa donde nací, hoy Ciudad de Colón, y acuden a mi mente las viejas calles de La Habana, Matanzas y Colón. Los pocos familiares que todavía viven comentan que nunca me fui realmente de Cuba. Hasta cierto punto, tienen razón.
Muy temprano, sin apartarme de mis compromisos como pastor bivocacional, columnista de diarios, panelista de radio y televisión y profesor de estudios superiores religiosos y de Historia, decidí investigar sobre el movimiento protestante o evangélico situándolo en el entorno de la historia de mi tierra natal. La distancia geográfica fue superada gracias a la cooperación de líderes cristianos y de intelectuales de corte secular dentro de Cuba, los cuales comprendieron mi vocación por los estudios cubanos.

De mis quince libros, dos fueron publicados por universidades estadounidenses sobre Religión en Cuba, pero considero como mi mayor contribución otro libro, mi “Panorama del Protestantismo en Cuba” (Editorial Caribe, 1986, 668 páginas), con sus cinco ediciones en tres países, una de ellas impresa en Cuba en 2016. Era una manera de compensar el distanciamiento físico. Cada edición ha llevado en su portada un retrato de nuestro Moisés McCall, aquel “Apóstol Bautista en tierra antillana” del título de un libro de mi querido Agustín López Muñoz.
Todo eso lo menciono en parte porque dos edificios bautistas han permanecido grabados en mi memoria aun en los momentos en que me sentía mas alejado del terruño. El antiguo edificio de madera de la Iglesia Bautista de Colón, cuya capilla fue la primera construida específicamente para lugar del culto por los bautistas en Cuba Occidental (inaugurada el 17 de mayo de 1907) y cuyo patio era contiguo al de la casa donde no solo nací sino que realicé en ella, con mis amiguitos, los primeros juegos de la infancia.
Recuerdo también aquel 19 de septiembre de 1959, cuando casualmente cumplía exactamente 15 años de edad y se inauguraba el hermoso edificio que lo reemplazó y cuya belleza no me hizo olvidar, ni por un momento, la vieja capilla de 1907. El local educacional que llevaba allí el nombre del Doctor McCall quise perpetuarlo también con el de una iglesia que fundé en la Florida para seguir honrándole, la Iglesia Bautista McCall en la parte sur del condado Miami Dade, la segunda congregación que organicé cuando trabajaba como misionero con el entonces llamado Home Mission Board.
Y fue la noticia de la reciente catástrofe del Saratoga la que impuso de nuevo en mi recuerdo el Templo Bautista de Zulueta y Dragones en La Habana. Me parecía algo imposible lo que había ocurrido en la capital de mi país.
La catástrofe del actual Hotel Saratoga trajo también a mi mente un dato que considero importante. Desde 1883 se celebraron por un tiempo y con regularidad servicios religiosos metodistas en un salón cedido por el dueño del Hotel Saratoga entonces situado en Galiano, entre Zanja y San José.
Mayor información sobre este asunto y los pioneros metodistas H. B. Someillán y Aurelio Silvera puede obtenerse gracias a “Cincuenta años de metodismo en Cuba” publicado por el misionero S. A. Neblett (1949), trabajo en el que se utilizaron los Archivos de la Iglesia Metodista en Cuba. Referencias al mismo se encuentran además en un libro publicado en el extranjero por mi primo el doctor Carlos Pérez Ramos, antiguo director del Candler College (1946-1961) y exrector del Seminario Evangélico de Teología en Matanzas (1961-1963).

Regresando al Templo Bautista, no puedo concebir La Habana sin recordar aquella querida estructura que tanto ha significado para bautistas y evangélicos en la patria de José Martí. Por esas curiosidades de la vida, para mí La Habana sigue siendo sobre todo, en mi recuerdo personal, la Iglesia de Zulueta y Dragones, el Capitolio, el Hotel Saratoga y el Mercado Único al cual llegaban cargamentos de frutos menores en los camiones de mi padre.
Mis ojos de niño contemplaron admirados el “Parque de la India” y el Teatro Martí, pero siempre regreso al viejo templo bautista habanero. Todavía recuerdo aquel letrero “Lea la Biblia” y aquel otro que todavía permanece, identificando el templo como “Baptist Church”.
En los días del bachillerato y del inicio de mis estudios superiores mi visita a librerías habaneras incluía siempre la Librería Bautista y conversaciones con Edelmira Robinson sobre viejos días del Doctor McCall, el profesor Martín Rodríguez Vivanco, aquella iglesia, las oficinas de la Convención Bautista de Cuba Occidental y el Colegio Bautista, el antiguo Cuban American College. Y sigo asociando con todo eso, aquella querida Biblia donada por un hermano del Calvario y que leía en Colón temprano en la mañana con aquellas palabras “Dedicada con gozo” en la primera página.

Escribir sobre esos temas me hace evocar también al doctor Alberto J. Díaz, a Moisés N. McCall, a Herbert y Marjorie Caudill, a Rafael Alberto Ocaña y a otros adalides de nuestra historia bautista. La lista de recuerdos incluye a amigos queridos como Pedro Pablo Pérez, Consuelo Díaz, la familia Silva, Jesús Márquez (Josué), etc.
Aunque fui ordenado en Estados Unidos hace algo más de medio siglo, el Concilio de Examen lo integraban casi veinte pastores de la “vieja guardia” bautista cubana como Domingo Fernández, uno de mis mejores amigos y mentores teológicos, que antes de morir me dejó saber que me había escogido para que predicara en su servicio funeral. Cuando me preguntan sobre mi ejecutoria ministerial la asocio siempre con esa “vieja guardia” inolvidable.
Entre estos íconos en mi existencia menciono siempre a mi gran amigo Aurelio Travieso, antiguo pastor de la Iglesia El Calvario. Tanto Travieso como su esposa Estela Pérez Guevara formaron parte de mis más cercanas amistades. Jamás podré referirme a la iglesia habanera sin dejar de reconocer a tan entrañables amigos.
La triste noticia del 2022
Entrando en materia, los graves daños causados por una explosión en mi querido Hotel Saratoga, algo así como mi segunda casa, me obligan a escribir estas líneas, inspirado en recomendaciones de mis muy apreciados y queridos amigos, el actual pastor de la Iglesia Calvario de La Habana Dariel Llanes y el historiador y notable educador teológico Bárbaro Marrero. Dos grandes promesas, y ya gratas realidades, de los bautistas cubanos.
Jubilado después de un ministerio de tantas décadas, encontré en mi actual pastor Pablo Miret y otro ministro del evangelio, Felipe Rodríguez, dos amigos incomparables, un contacto frecuente con esos pastores y con el doctor Víctor Samuel González Grillo, entre otros luchadores por el evangelio que prefirieron permanecer en Cuba, como tres estudiosos de la historia bautista que siempre han mantenido algún contacto conmigo, Raúl Suárez, gran amante de la Historia y antiguo pastor en Colón; el gran promotor de la distribución de la Biblia en Cuba, José (Pepe) López y el incansable investigador histórico Reinaldo Sánchez, antiguo pastor en El Calvario en La Habana y de la también histórica Iglesia Bautista de Colón. En Cuba quedó mi viejo vecino y amigo Paulino Morfa con quien en el pasado conversaba de historia en la ya vetusta calle Mesa en Colón y cuyas visitas a esta ciudad fueron motivos de remembranza, como las del insustituible colega Nilo Domínguez.
Un dato sumamente conocido y repetido es el siguiente, la Iglesia El Calvario es la continuación de los esfuerzos del doctor Alberto J. Díaz, el cual en su peregrinaje religioso de antiguo exiliado cubano en Estados Unidos regresó para distribuir Biblias y fundó lo que se llamó originalmente Iglesia Reformada, Iglesia Gethsemaní e Iglesia Bautista Getsemaní y que pasaría a ser Iglesia Bautista El Calvario.
Los datos biográficos de Díaz se han ido compartiendo en distintas publicaciones. En épocas recientes atrajo la atención del historiador Carlos Sebastián. Como tantos otros pioneros del movimiento evangélico en Cuba, el Doctor Díaz dependió en determinados momentos del auxilio de sociedades bíblicas y agencias misioneras de denominaciones como la Iglesia Protestante Episcopal de los Estados Unidos de América y la Convención Bautista del Sur. En sus últimos días estuvo relacionado oficialmente con el presbiterio habanero de la Iglesia Presbiteriana.
En relación con esto último debo aclarar, como lo revelan archivos habaneros que he consultado, que Díaz terminó sus días de gran pionero evangélico en Cuba predicando en los parques como evangelista apoyado por el Presbiterio de La Habana de la Iglesia Presbiteriana que lo acogió en momentos de necesidad y conflicto, características presentes en el santo ministerio de quien mantuvo personalmente sus creencias.
Eran otros días y otros hombres. Fueron épocas muy difícil de juzgar para los que hemos trabajado en mejores circunstancias y con mayor apoyo y comprensión. Los primeros misioneros del evangelio, a los que un apreciado colega y compañero de tantos viajes en Cuba y Estados Unidos, Rafael Cepeda, llamaba “misioneros patriotas” en sus ensayos sobre la materia dependieron en ciertos momentos y coyunturas de la ayuda que se les brindó.
No todos los fieles misioneros estadounidenses de los primeros tiempos de la obra cubana entendieron a los cubanos. Ni estos se ubicaron siempre en el plano de las realidades de una dependencia extranjera que resultaba indispensable en aquellos tiempos.

En cualquier caso, a partir de 1886, fue la Convención Bautista del Sur la que inició su cooperación con el trabajo iniciado por Alberto J. Díaz. Aun antes de 1889 se celebraban los servicios religiosos bautistas en La Habana en el Hotel Pasaje y en el entonces denominado Circo Teatro Jané que en 1889 ya había sido comprado por la Convención y se convirtió formalmente en Templo Bautista. En ese período se fundó también el Cementerio Bautista y se abrieron misiones, escuelas y centros asistenciales.
Ya el local estaba relacionado con la obra bautista el 8 de noviembre de 1887 cuando aquel importante edificio habanero albergó el primer gran congreso o concentración del obrerismo insular. Sería solo uno de tantos acontecimientos que convirtieron aquel edificio en un lugar de importancia histórica incomparable en La Habana y Cuba.
Lo describe así la agencia electrónica cubana Ecured: “2000 personas desfilaron allí, gremios de litógrafos, tabaqueros, mecánicos, escogedores, cocheros, cajoneros, panaderos, cigarreros, planchadores, zapateros, mecánicos y sastres”. Aquel histórico congreso lo dirigió Enrique Roig de San Martín, reconocido por socialistas, anarquistas y reformistas de la época como el mayor líder obrero, y cuyos restos mortales descansan en el Cementerio Bautista de La Habana, cuyo terreno compraron sus fundadores, los bautistas, en 1887.
Vendrían luego otros acontecimientos a través de los finales del siglo XIX y durante el siglo XX. Reuniones de importantes asociaciones y sobre todo de organizaciones religiosas, entre ellas las de carácter interconfesional. El gran misionero Moisés N. McCall abrió las puertas del templo a infinidad de grupos y asambleas que lo solicitaban. Referirme a todo esto no es necesario ya que es conocido gracias a los historiadores bautistas que consideramos clásicos como Agustín López Muñoz y A. S. Rodríguez y más recientemente por mi extraordinario amigo de seis décadas, Leoncio Veguilla a quien conocí, siendo yo un niño, en su boda con Dora Sánchez, miembro de una de las familias más cercanas a los Ramos de Colón.
El carácter histórico del Templo es conocido por la Oficina del Historiador de la Ciudad. De esto conversé extensamente con alguien con el cual intercambiamos materiales sobre muchos temas, el historiador Eusebio Leal Spengler. También conocía de esto su predecesor Emilio Roig de Leuchsenring. Tanto Eusebio como Ana Cairo Ballester, ambos recientemente fallecidos, siempre me auxiliaron en mis investigaciones bibliográficas y de otro tipo. Ana fue una de las mejores amigas que he tenido. La consideré como una hermana y fue mi más leal colaboradora en Cuba, ayudándome como Eusebio a relacionarme con la cumbre de la erudición cubana de este período.
Por concentrarme, al menos en este trabajo, en el Templo de Zulueta y Dragones, solo añadiré en estas breves líneas otros lugares históricos del protestantismo o movimiento evangélico cubano que permanecen en la capital como la Primera Iglesia Presbiteriana de las calles Salud y Lealtad inaugurada en 1906 en la época de un gran misionero y amigo de los cubanos que mencionaré en el siguiente párrafo. Allí se celebraron importantes actividades y en su recinto fue constituido en 1941 el Concilio Cubano de Iglesias Evangélicas (convertido eventualmente en Concilio de Iglesias de Cuba).
Me refería a un hombre ilustre y noble que estaba a cargo de la obra presbiteriana en aquellos momentos, el eximio J. Milton Greene, que siempre abrió sus brazos para acoger a cuanto predicador de otra denominación hermana necesitó de su apoyo en momentos difíciles como el mismo Alberto J. Díaz y una larga lista.
En esa Primera Iglesia Presbiteriana trabajó por años como su pastor Raúl Fernández Ceballos, columnista del diario habanero “El Mundo”, Antiguo Secretario Ejecutivo del Conjunto de Instituciones Cívicas de Cuba y primer Presidente de la Comisión Nacional de Alfabetización. Raúl era primo de mi suegra Lolita Sánchez Ceballos. Esa histórica iglesia fue atendida por muchísimos años por mi notable alumno en un programa doctoral, Héctor Méndez, figura casi legendaria del movimiento interconfesional en América Latina y miembro del Comité Central del Concilio Mundial de Iglesias con sede en Ginebra. Méndez coincidió con el proceso de plena acreditación de aquel centro teológico por la Asociación de Escuelas Teológicas de EE.UU., y Canadá y lo escogí entre los casos de mayor aprovechamiento académico.
No puedo en manera alguna dejar de mencionar la histórica Iglesia Metodista Central de la calle Virtudes, inaugurada en la primera década del siglo XX. Datos específicos de fecha se encuentran en libros de mi autoría, y en mi biblioteca y archivos, algo desordenados en estos días en que estoy dedicado a otras investigaciones, pero que espero encontrar en un futuro próximo. También acudiré para ello a mi buen amigo de siempre el actual Obispo Ricardo Pereira y al historiador Rigoberto Figueroa.
La Catedral Episcopal de la Santísima Trinidad (situada hoy en el Vedado) es bien conocida entre extranjeros, diplomáticos y viajeros. Ha sido visitada por miembros de la nobleza británica. La actual catedral fue construida a partir de 1945 e inaugurada en 1947, pero la antigua Catedral Episcopal situada en Neptuno y Águila desde 1906 le concede a la actual una continuidad histórica
Allí asistía entre 1913 y 1919 el primer cubano de origen con rango de embajador estadounidense en América Latina, el famoso “Míster William Elliot González”, hijo de Ambrosio José González primer protestante cubano del que se tiene noticia documentada (década de 1840), entonces residente en EE.UU y que se desempeñó como Coronel en la Guerra Civil (1861-1865), y sirvió también como Lugarteniente de Narciso López. Aquel edificio, considerado impresionante, lo utilizaron para tarjetas entre los turistas. Aquella estructura fue vendida. La nueva y también hermosa catedral se remonta al período 1945-1947. Siempre se han celebrado allí servicios en lengua inglesa.
La Primera Iglesia Episcopal en Cuba fue fundada por Pedro Duarte en Matanzas (1883-1884) con el nombre “Fieles a Jesús”. Tal congregación estuvo ubicada, después de cultos realizados en la casa de Duarte en Espíritu Santo No. 95 en el barrio matancero de Pueblo Nuevo y luego en San Carlos No. 24 en el centro de la Ciudad. Mas tarde quedó ubicada en la calle San Juan de Dios No. 60. En textos de historia y en la revista de la Universidad de La Habana se señala que allí se celebraban las reuniones matanceras del Partido Revolucionario Cubano de José Martí desde 1892.
Existen en la capital otros templos y lugares evangélicos históricos, los cuales constituyen temas para ser recogidos por jóvenes historiadores. Basta por ahora reconocer que el Templo de Zulueta y Dragones no debe jamás destruirse sino simplemente renovarse adecuadamente por las pérdidas sufridas. Es una causa sagrada para todos los bautistas y un símbolo habanero.

Intentando situarme, al menos simbólicamente, en Zulueta y Dragones, me descubro ante el recuerdo de tantos fieles seguidores de Jesucristo. Y este viejo emigrado cubano les saluda, como en el poema de Juan Clemente Zenea, desde “…las nieves y las brumas del cielo del Septentrión”. (FIN)
