
Lic. David González Daniel. Vice presidente ACBCOcc
Estamos viviendo tiempos peculiares. Las redes sociales están convulsas, sufrimos la pandemia del Covid19, enfrentamos una Tarea Ordenamiento que ha traído más incertidumbres que certezas y somos espectadores desde nuestro aislamiento de la “infodemia”, mientras esperamos por una vacuna que nos devuelva la tranquilidad.
Nunca imaginamos la imposibilidad de celebrar cultos, y a pesar de las soluciones creativas que tecnológicamente le hemos dado, añoramos que vuelvan los días en que podamos adorar como Dios manda: “juntos y en armonía”.
Como martillo que golpea un clavo llega la confección del nuevo Código de Familia. Mandato derivado de la nueva Constitución y que ocupará la atención del pueblo en todo su proceso legislativo de elaboración, consultas, referéndum, aprobación por la Asamblea Nacional, y final aprobación mediante voto.
¿Qué debemos hacer? ¿Cómo vamos a actuar? ¿Qué va a pasar?
Tengo el privilegio de ser amigo de muchos pastores, misioneros y laicos. Todos estamos preocupados, nos inquieta la avalancha de lo inevitable. Y no es que nos falte la fe, pero, siento que este fuego de prueba que nos ha sobrevenido, nos ha tomado por sorpresa.
Quiero compartirles mi experiencia y cuatro retos que creo presenta el Enfoque de Género a la Iglesia Cubana.
Mi paso por el primer ciclo de la enseñanza primaria fue placentero, más cuando llegué al segundo ciclo, en otra escuela, cuyo nombre era Vladímir Ilich Lenin, comencé a escuchar frases en las que me decían que Dios no existía, que con el estudio de la ciencia, cuando alcanzara mayor conocimiento y autonomía en la vida, dejaría de creer en lo que mis padres me decían, abandonaría la Iglesia y a Dios, y cambiaría de parecer, porque el desarrollo científico-técnico resolvería las necesidades más agudas del hombre.
Experimenté la amarga sensación de oír a otros expresándose despectivamente de mí como el “hijo del cura”, demostrando con ello su total ignorancia del tema. Viviendo en la casa pastoral adjunta al templo, en el centro de la ciudad, constaté con asombro que algunas maestras ignoraban la iglesia, aunque pasaban frente a ella todos los días camino a la escuela.
La secundaria la cursé becado en la Escuela de Arte en Pinar del Río. Una vez más, aunque con menor intensidad, escuché el mismo discurso sobre Dios, la ciencia, la técnica y el desarrollo del conocimiento. Tuve que ocuparme de explicar a mis compañeros la diferencia entre un pastor bautista y un cura católico, exponer la inexistencia del listado de cosas que la iglesia prohibía hacer y la “verdadera voluntariedad” a la que no me obligaban.
Vino entonces el preuniversitario y a estas alturas, ya ustedes saben…los mismos argumentos se repitieron. Posteriormente elegí como estudios universitarios la Licenciatura en Educación Musical, que era una especialidad nueva en la segunda mitad de la década del ochenta, y se impartía en el Instituto Pedagógico E. J.Varona, en La Habana. Allí recibí la Filosofía Marxista con su respectivo Materialismo Dialéctico y escuché repetidas veces que “la religión es el opio de los pueblos”. Hasta que el 9 de noviembre del 1989 cayó el Muro de Berlín. Entonces la historia fue diferente.
Y entramos de lleno en la Postmodernidad.
La Reforma Constitucional llevada a cabo en 1992 declaró el carácter laico del Estado Cubano.
Muchos de los cristianos que están hoy en las iglesias cubanas, nacieron en este punto de la historia, y desconocen esa etapa sumamente dura, donde los hijos fueron adoctrinados y enseñados en conceptos contrarios a la fe y a la creencia que ellos practicaban.
Mis padres no tuvieron otra opción de escuela para mí, no pudieron expresar su opinión por las redes sociales en contra del ateísmo, no pudieron evitar que cada 25 diciembre tuviera que asistir a clases, porque en aquel entonces no era feriado. No pudieron evitar mi ausencia a los cultos del domingo en la noche, porque debía tomar a las 6 ó 7 de la noche el transporte hacia la beca. No pudieron impedir que un adolescente fuera sacado de su núcleo familiar por tres años y separado de la familia durante cinco o seis días de la semana, siendo bombardeado por enseñanzas contrarias al cristianismo y expuesto a toda tentación del maligno.
No obstante, no cambié mis creencias, a pesar del bochorno público que en algún que otro momento me infligieron las personas por mi condición de cristiano.
Para ser fiel a la verdad, debo decir que también tuve compañeros y profesores con los que desarrollé fructíferas relaciones de amistad, sin el menor atisbo de discriminación por mis creencias; relaciones que en muchos casos aún conservo, e incluso, hoy en día, compartimos la misma fe. Los lazos de amistad verdadera que surgen de las vivencias van más allá de las ideologías, y esto permitió que el tiempo que pasaba lejos de mi hogar fuera más llevadero.
Y no me mal interpreten, no me sentí discriminado, más bien me sentí incomprendido, porque en el fondo yo tuve una infancia feliz. Esperaba con ansias el timbre de las doce o las 5 para regresar a mi casa. Anhelaba que llegara el viernes o el sábado para ir de pase a mi hogar. Quería volver a encontrarme en la iglesia con mi grupo de amigos, de niños o de jóvenes, con los cuales me identificaba plenamente y compartía con transparencia, sin dobleces, competencias, falsedades, envidias o trampas.
Estando becado contaba los días de la semana para regresar a casa, dormir en mi cama, bañarme en mi baño, disfrutar el sazón de mi madre, jugar con mis hermanas, montar bicicleta con mis amigos de la iglesia, salir, compartir, ir a actividades en otras iglesias, retiros, programas, intercambios, juegos, coros, obras de teatro y de navidad.
Siendo universitario no dejé de regresar cada fin de semana, muy pocos que me quedé en la Habana. Siempre quise volver a mi gente, a mi iglesia, a mi novia, quién ha sido mi esposa durante 29 años y con quien tengo tres hijos. Pasé incontables trabajos en esos viajes semanales, monté de todo: tren, guagua, camiones, autos, tractores, carros de caballos, pasé hambre, insolación, frío, lluvia, viajé tarde en la noche y temprano de madrugada, algunos viajes más largos, otros más cortos. Pero siempre había una fuerza que me empujaba a volver.
Y en ese entonces, no teníamos, ni celulares, ni Facebook, ni WhatsApp, el internet era desconocido, los viajes al extranjero eran impensables y la aspiración de todos era estudiar una carrera para tener un futuro mejor. ¡Qué ingenuos éramos entonces!
Cuándo pienso en todo eso me pregunto: ¿Por qué a pesar de tantas oportunidades que tuve, nunca abandoné la fe? Creo que la respuesta es esta: ¡Dios me satisfacía, mi hogar y mi Iglesia me hacían feliz!
La fe de mis padres produjo un ambiente hogareño de estabilidad y seguridad en el cual estaba a gusto. No había otra cosa que me llamara la atención.
En la iglesia pude crecer al amparo de la enseñanza de magníficos maestros, personas sinceras, con cariño, amor, que corrigieron mis defectos, estimularon en mí buenas actitudes, formaron valores cristianos y pusieron la semilla del Evangelio en mi corazón. Allí pude escuchar sermones que me impactaron, y constatar cómo se añadían personas transformadas por el Evangelio, a pesar de lo que el mundo les enseñaba. En ella ejercí los dones que Dios me dio a medida que crecía, con la ayuda y tutoría de otros hermanos adultos que nos acompañaban, sin que nos sintiésemos vigilados o perseguidos, era una relación sana y natural.
En ese entorno, conocí a mi esposa, en la convivencia del grupo de jóvenes, nos casamos y compartimos con otras parejas, con las que aún hoy, después de tanto tiempo y de tomar caminos diferentes en la vida, conservamos una relación estrecha y de familiaridad.
Tengo 50 años, y doy gracias a Dios por lo que me ha dado y por lo que me ha permitido hacer hasta ahora. Aunque el desarrollo científico-técnico avanza a pasos agigantados, y nos ofrece múltiples ventajas, todavía no ha logrado convencerme de que abandone mi fe. No es la ciencia ni la tecnología lo que hace al hombre feliz. Eso solo lo puede hacer Dios.
Y es aquí donde quiero hablar de los retos que tiene la Iglesia en nuestra nación.

1- Tiene el reto de vivir vidas cristianas genuinas
Pensando en mi infancia, adolescencia y juventud me doy cuenta que fui protegido con un manto de amor y de estabilidad familiar en el cual pude crecer. Ignoro cuántos problemas matrimoniales pudieron tener mis padres, como toda pareja, pero yo nunca me di cuenta. Ignoro cuántas penurias económicas pasamos, se las arreglaron para que no supiéramos. También los vi trabajar para ganar más sustento y aprendí el valor del esfuerzo constante.
Sí hubo algo que nunca vi: falsedad ni doblez. Mis padres eran cristianos en la casa, en la Iglesia, en la calle, cuando iban a la bodega, cuando iban a la escuela o cuando visitaban hermanos haciendo labor pastoral. El padre que hablaba verdades cristianas en la casa, era el mismo pastor que predicaba desde el púlpito. Era la misma persona, y yo lo sabía. Recuerdo conversaciones con mi madre, significativas y trascendentales, sobre todo en mi adolescencia. Los consejos que me dio no me han defraudado. La mujer que era la esposa del pastor en la iglesia, era la misma que en casa era mi madre. Y yo lo sabía.
Si hoy te preocupa el bombardeo del enfoque de género en la escuela a tu hijo, procura que él sepa bien que clase de cristiano tú eres. Si hay alguien que te conoce bien, es tu hijo, es tu familia.
Nada le hace competencia al testimonio de una vida auténtica, santa, entregada a Dios. Y si los cristianos cubanos, somos genuinos en nuestra relación con Dios, obedientes a su Palabra, a quien primero vamos a ganar será a nuestro hijo y ese testimonio va a blindar sus oídos y sus ojos al mensaje de otras formas de pensar que no ofrecen al corazón lo que solo Dios puede dar.

2- Tiene el reto de establecer familias cristianas.
Causa estupor cuando vemos que el concepto de matrimonio tradicional se quiere echar abajo. Lo que creemos que es consecuencia del pecado y de vivir a espaldas de la voluntad divina ahora se quiere instituir como el principio de normatividad.
Se habla de diferentes tipos de familias, y lamentablemente es cierto, las personas que llegan al Evangelio hoy vienen ya con el orden natural de sus familias destruido.
En nuestra sociedad no hay un tipo de familia homogéneo. Seamos sinceros, incluso dentro de nuestras iglesias tenemos familias monoparentales, hijos abandonados y otros dejados al cuidado de sus abuelos, jóvenes que han sido cuidados y educados por personas que no tienen ningún vínculo sanguíneo con ellos, madres solteras batallando en soledad con el cuidado de sus hijos, ancianos y jóvenes solos, niños desatendidos y físicamente abusados, toda una gama diversa. Pero eso no es lo que deseamos, sino la consecuencia de una manera de pensar que solo genera destrucción.
Este reto toca de cerca a los jóvenes. Hagan que su proyecto de vida requiera una pareja cristiana, devota al Señor y fiel a los principios bíblicos. Comprométanse a edificar una familia cristiana efectiva y disfruten el camino juntos, complementándose el uno al otro. No en competencia sino en sumisión mutua al Señor. Construyan un hogar para sus hijos, donde puedan sentirse seguros y felices disfrutando el amor y cuidado de sus padres y practiquen la enseñanza de las verdades de la Palabra como algo natural, fluido y no forzado, sino que sea la esencia del hogar y el aire que se respira.
La Iglesia tiene las herramientas necesarias para edificar familias basadas en el orden natural y divino, estables, saludables y prolíficas, sí, de bastantes hijos. Tal parece que la adopción será una posibilidad más cercana bajo el nuevo código. ¿Qué tal si vamos pensando en la posibilidad de que matrimonios cristianos, económicamente estables, puedan adoptar una criatura que ha venido al mundo en una situación de desamparo y abandono, y darle una vida diferente?
Debemos enseñar los principios cristianos del matrimonio, las verdades de la Palabra de Dios acerca de la relación sexual entre un hombre y una mujer, y vivirlas de modo que nuestras vidas sean el testimonio irrebatible de la transformación que solo Dios puede obrar en el corazón del ser humano.

3- Tiene el reto de defender la fe en un contexto social cambiante.
Tuve la bendición de escuchar al Evangelista Luis Manuel González Peña. Recuerdo un sermón evangelístico que predicó con una temática apologética, sobre el cuerpo humano, su composición, funcionamiento, sistemas, órganos, y cómo todo ello era posible no por obra de la evolución sino por la acción de un ser superior creador, Dios. Gonzalez Peña llegó incluso a escribir un libro titulado: “Preguntas a la Evolución”.
Recientemente un pastor amigo mío me hizo una pregunta interesante: ¿Existe alguna barrera ideológica dentro de la Iglesia Cubana, que limite el desarrollo de una apologética encausada más allá de la teología? Les confieso que mi primera respuesta fue: ¡Español por favor!
Mi amigo se explicó mejor; en su opinión nuestra apologética solo ha estado enfocada en el campo teológico, haciendo defensa de nuestra fe. Su pregunta me hizo reflexionar y dar cuenta de que la generación de cristianos que tenemos en nuestras iglesias llegó al Evangelio después de los años 90, cuando en Cuba se destapó la espiritualidad y ésta ya no era un problema. Nos hemos dedicado a la defensa de la sana doctrina en contraposición a sectas y falsas enseñanzas de otras religiones.
Las actuales circunstancias implican un reto a la capacidad intelectual de la Iglesia y tendremos que volver al campo del debate científico y académico, combatiendo la pseudociencia con la verdadera ciencia y eso implica un esfuerzo intelectual superior.
Necesitamos producir literatura apologética contextualizada. Trazar estrategias educativas en nuestras iglesias que nos permitan “deconstruir”, por usar el mismo término que el enfoque de género, la falacia que enseñan, para construir sobre la roca de las verdades bíblicas trascendentales.
Décadas atrás lo que se enseñaba en nuestras iglesias perseguía demostrar la existencia de Dios, porque era la necesidad del momento.
¡Tenemos que hacer los ajustes necesarios! Porque las personas que llegarán a nuestras congregaciones de ahora en adelante traerán concepciones sobre la sexualidad muy diferentes. Pero ojo, ellos tienen derecho al Evangelio. ¡Y nosotros creemos en el poder transformador del Evangelio de Jesucristo!
Y por último.

4- Tiene el reto de hablar la verdad en mansedumbre.
¡Los cubanos! ¡Ay los cubanos!
¿Cuándo aprenderemos a hablar con argumentos y no con consignas? ¿Cuándo ganaremos el extraño don del equilibrio en lo que decimos?
Las redes sociales son fantásticas. Podemos reencontrarnos con amigos de la juventud que están lejos. Podemos hacer video llamadas a seres queridos. Ser espectadores de eventos que ocurren a miles de kilómetros. Contemplé con asombro el acople de la nave espacial Crew Dragon de Elon Musk con la Estación Espacial Internacional en la pantalla de mi computadora en HD gracias a la trasmisión en vivo de la NASA.
Pero ese desarrollo tecnológico no ha traído más sensatez al hombre sino todo lo contrario. Ahora todos somos periodistas, reporteros, y nos arrogamos el derecho a violar la privacidad de otra persona con una instantánea o video que podemos tomar desde la seguridad del zoom de nuestros teléfonos. Lo peor de todo es la degeneración del trato humano, la manera en que unos y otros se atacan, se espetan improperios y ofensas en sus publicaciones. La proliferación de la palabra soez, la ofensa al que piensa diferente o defiende una opinión política es el plato habitual en las Redes Sociales. Hasta el lenguaje se ha modificado tanto que tenemos que esforzarnos por entender el español que algunos individuos escriben.
La Palabra de Dios nos reclama en este sentido:
“sino santificad a Dios el Señor en vuestros corazones, y estad siempre preparados para presentar defensa con mansedumbre y reverencia ante todo el que os demande razón de la esperanza que hay en vosotros.”
1Pedro 3:15
Mansedumbre: (1) Calidad de manso, (2) Docilidad y suavidad que se muestra en el carácter o se manifiesta en el trato. (Oxford Languages)
Reverencia: Respeto o admiración que siente una persona hacia alguien o algo. Similar: respeto, veneración, acatamiento, culto. (Oxford Languages)
El Apóstol Pedro interesantemente usa esta palabra cuando habla de defender la fe, dice que hagamos la defensa con mansedumbre, porque para un cubano defender algo significa gritar y manotear, proferir improperios, ofender al contrario, no es así en todos los casos, pero el mal está bien extendido. Constatemos en cuántos pasajes aparece esta palabra en nuestras Biblias y la veremos siempre relacionada a la conducta del creyente.
Se nos indica que debemos vivir preparados para defender nuestra fe, pero la manera de relacionarnos con el que la ataca no es con violencia sino con docilidad, suavidad, respeto, admiración. El significado del adjetivo manso es: (1) Animal que no ataca ni actúa con agresividad, sino que se muestra dócil en compañía de las personas y se deja tomar o acariciar. (2) Que es sosegado, tranquilo y apacible. (Oxford Languages)
Si algo debemos aprender es a hacer defensa de la fe que tenemos con firmeza, pero con docilidad, suavidad, mostrando un carácter sosegado, tranquilo y apacible.
En conversación con un Pastor planteé: “Si damos por cierto lo que la Palabra dice, sabemos entonces que hay cosas que van a pasar y serán inevitables, entonces no se trata de ganar una discusión con argumentos, se trata de ganar almas con un mensaje que tiene la capacidad de transformar vidas. Pero si el mensajero es contestón, impertinente, indisciplinado, contencioso, falto de respeto, ¿Qué va a pasar? Si damos un portazo al diálogo, los que nos quedamos encerrados en la habitación somos nosotros y dejamos fuera a los que debemos alcanzar con el mensaje.”
Paradójicamente eso es lo que le ha pasado a muchos de los que queremos alcanzar, les han cerrado muchas puertas en su propia cara con ataques, burlas, acusaciones y discriminación.
“La blanda respuesta quita la ira; Mas la palabra áspera hace subir el furor”.
Proverbios 15:1
“Con larga paciencia se aplaca el príncipe, Y la lengua blanda quebranta los huesos.”
Proverbios 25:15
La Iglesia no discrimina, eso lo sabemos bien. El asunto está en que nos crean.
Muchas veces hemos sufrido discriminación, pero eso no nos da razón para actuar con aspereza. La verdad debe ser dicha con mansedumbre y debe ser probada en el trato.

Conclusión.
¡Qué tiempos nos ha tocado vivir!
Enfrentamos una época de crisis existencial. Y es necesario velar para que la diversidad de opiniones no llegue a provocar divisiones internas, ni nos desenfoquen de la misión a la cual nuestro Señor Jesucristo nos ha llamado. Creo que toda crisis es una oportunidad, y ésta es muy pertinente para el ministerio del cristiano y de la Iglesia.
Creemos firmemente que el resultado de políticas permeadas de enfoque de género traerá más problemas a nuestra sociedad.
No van a resolver el problema del envejecimiento poblacional, ni disminuirán la violencia contra la mujer o contra el hombre, no cuidarán de ancianos abandonados, desconectados de un marco familiar. No incrementarán el índice de natalidad de nuestra nación. No impedirán el abuso del aborto como método anticonceptivo, no llenarán el vacío existencial ni quitarán la infelicidad en el ser humano. Porque el cambio del género biológico por un género auto percibido no produce verdadera felicidad. La capacidad de generar felicidad en el corazón humano solo la tiene Dios.
¿Qué actitud va a tomar la Iglesia frente a esa realidad?
Quiero terminar recordando el momento del encuentro de Pedro y Jesucristo, después de la resurrección. Avergonzado éste por haber negado a su Señor, tres veces es cuestionado: ¿Me amas? ¿Me amas? ¿Me amas?
La Biblia nos dice que Pedro se entristeció. ¿Por qué? Tres veces había asegurado que no abandonaría a su Maestro y le falló. La respuesta final de Jesucristo resuena desde entonces: ¡Pastorea mis ovejas!
¡Más que promesas generadas por pura emoción, la expectativa de nuestro Maestro y Señor, es que hagamos el ministerio!
